lunes, 14 de mayo de 2018

Fernando Pessoa, Voy a intentar escribir estos versos en que digo lo contrario




TABAQUERÍA

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.


Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto de uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es
(Y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
Dais hacia el misterio de una calle cruzada constantemente por la gente,
Hacia una calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas debajo de las piedras y de los los seres,
Con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
Con el Destino conduciendo la carroza de todo por el camino de nada.


Estoy vencido hoy, como si supiera la verdad.
Estoy lúcido hoy, como si estuviese por morir,
Y no tuviese más hermandad con las cosas
Que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
La hilera de carruajes de un convoy, y un silbato de partida
Dentro de mi cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos al salir.


Estoy perplejo hoy, como quien pensó y halló y olvido.
Estoy dividido hoy entre la lealtad que debo
A la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.


Fracasé en todo.
Como no hice ningún propósito, tal vez todo fuese nada.
La enseñanza que me dieron,
Descendí de ella por la ventana de detrás de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí encontré sólo hierbas y árboles,
Y cuando había gente era igual a la otra.
Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?


¿Qué sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se conciben en sueño genios como yo,
Y la historia no señalará, ¿quién sabe?, ni uno,
Ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.


No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas certezas!
¿Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto?


No, ni en mí…
¿En cuántas bohardillas y no-bohardillas del mundo
No hay a esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas,
Y hasta realizables,
Nunca verán la luz del sol real ni hallarán oídos de gente?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que Napoleón.
He apretado a un pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he hecho filosofías en secreto que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la bohardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para eso;
Seré siempre sólo el que tenía cualidades;
Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
Y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
Y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me busca el cabello,
Y el resto que venga si viniere, o tuviera que venir, o no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
Pero lo miramos y es opaco,
Nos levantamos y es ajeno,
Salimos de casa y es la tierra entera,
Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.


(¡Come chocolates, pequeña,
come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que los chocolates,
Mira que las religiones todas no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú las comes!
Pero yo pienso y, al tirar el papel de plata, que es hoja de estaño,
Echo todo al suelo, como he echado la vida.)


Pero al menos queda la amargura de lo que nunca seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero al menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos en el ademán ancho con que arrojo
La ropa sucia que soy, sin orden, para el decurso de las cosas,
Y quedo en casa sin camisa.
(Tú, que me consuelas, que no existes y por eso consuelas,
Diosa griega, concebida como estatua que fuese viva,
Patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
Princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
Marquesa del siglo dieciocho, escoltada y distante,
Cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,
No sé qué moderno
no concibo bien qué,
Todo eso, sea lo que fuere, que seas, ¡si puede inspirar que inspire!
Mi corazón es un balde vaciado.
Como los que invocan espíritus me invoco
A mí mismo y no encuentro nada.
Llego a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo los paseos, veo los carros que pasan,
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como una condena a la deportación,
Y todo esto me es extraño, como todo.)


Viví, estudié, amé, y hasta creí,
Y hoy no hay mendigo a quien no envidie sólo por no ser yo.
Le miro a cada uno y los andrajos y las llagas y la mentira,
Y pienso: tal vez nunca vivieses ni estudiases ni amases ni creyeses
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
Tal vez hayas existido apenas, como un lagarto a quien cortan la cola
Y que es cola para acá del lagarto revolviéndose.
Hice de mí lo que no supe,
Y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El disfraz que vestí era equivocado,
Me tomaron luego por quien no era y no desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme el máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la tiré y me vi en el espejo,
Ya había envejecido.
Estaba ebrio, ya no sabía vestir el disfraz que no había tirado.
Acosté fuera la máscara y dormí en el guardarropas
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.
Esencia musical de mis versos inútiles,
Quien me diera encontrarte como algo que yo hiciese,
Y no quedarse siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente,
Calcando a los pies la conciencia de estar existiendo,
Como un tapete en que un ebrio tropieza
O una espuerta que los gitanos robaron y no valía nada.


Pero el Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta y se quedó en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza mal doblada
Y con la incomodidad del alma malentendiendo.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero y yo dejaré versos.
En determinado momento morirá también la muestra, y los versos también.
Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo la muestra,

y la lengua en que fueron escritos los versos,
A cierta altura morirá el letrero también, y los versos también
Después de cierta altura morirá la calle donde estuvo el letrero,
Y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto se dio.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como gente
Continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo de cosas como letreros,
Siempre una cosa enfrente de la otra,
Siempre una cosa tan inútil como la otra,
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño de misterio de la superficie,
Siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni otra.


Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿para comprar tabaco?),
Y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me yergo a medias enérgico, convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en que digo lo contrario.
Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como una ruta propia,
Y gozo, en un momento sensitivo y competente,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de estar indispuesto.
Después me echo para atrás en la silla
Y continúo fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, continuaré fumando.


(Si yo me casase con la hija de mi lavandera
Tal vez fuese feliz.)
Visto esto, me levanto de la silla. Voy a la ventana.


El hombre salió de la Tabaquería (¿metiendo el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, lo conozco: es Esteves, sin metafísica.
(El dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino Esteves se volvió y me vio.
Me dijo adiós, le grité ¡Adiós, Esteves! , y el Universo
Se reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la Tabaquería sonrió.




 
Alvaro de Campos en la mirada de Antonio Tabucchi (de su cuento “Los tres últimos días de Fernando Pessoa”): “Alvaro de Campos nació en Tavira, en el Algarve, el 15 de octubre de 1890. Se licenció en Glasgow en ingeniería naval. Vivió en Lisboa sin ejercer su profesión. Hizo un viaje a Oriente, en transatlántico, al que dedicó la composición Opiario. Fue decadente, futurista, vanguardista, nihilista. En 1928 escribió la poesía más hermosa del siglo, Tabaquería. Conoció un amor homosexual y se introdujo de tal manera en la vida de Pessoa que arruinó su noviazgo con Ophelia. Alto, con el cabello negro y liso y la raya a un lado, impecable y algo esnob, con su monóculo, Campos fue el típico representante de cierta vanguardia de la época, burgués y antiburgués, refinado y provocador, impulsivo, neurótico y angustiado. Murió en Lisboa el 30 de noviembre de 1935, día y año de la muerte de Pessoa.
En Fernando Pessoa Poemas, traducción Rodolfo Alonso, Los Poetas, colección dirigida por Aldo Pellegrini, Compañía General Fabril editora, Buenos Aires,  tercera edición 1978.
Fernando Pessoa (Lisboa, Portugal, 13 de junio de 1888 – 30 de noviembre de 1935). Foto: Jmp

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