lunes, 25 de agosto de 2014

José Watanabe, el lenguado en el bosque de espinos


EL LENGUADO

                 Soy
lo gris contra lo gris. Mi vida
depende de copiar incansablemente
el color de la arena,
                  pero ese truco sutil
que me permite comer y burlar enemigos
me ha deformado. He perdido la simetría
de los animales bellos, mis ojos
y mis narices
han virado hacia un mismo lado del rostro. Soy
un pequeño monstruo invisible
                  tendido siempre sobre el lecho del mar
Las breves anchovetas que pasan a mi lado
creen que las devora
una agitación de arena
y los grandes depredadores me rozan sin percibir
mi miedo. El miedo circulará siempre en mi cuerpo
como otra sangre. Mi cuerpo no es mucho. Soy
una palada de órganos enterrados en la arena
y los bordes imperceptibles de mi carne
no están muy lejos.
A veces sueño que me expando
y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande
que los más grandes. Yo soy entonces
toda la arena, todo el vasto fondo marino.



EN EL BOSQUE DE ESPINOS

A José Luis Li Ning,
mi amigo

Los espinos nacen
bifurcados y en el aire vuelven
a bifurcarse para tejer un bosque intrincado
como el mapa de los nervios.

Hay que ser cabra
para vivir
en esa maraña punzante. Hay que tener lengua
de cabra
para separar con resignación pasto
de espinas
y engordar.

Sé, por los pastores, que en ocasiones
una cabra de este tranquilo rebaño
entra en la locura.

Aquí también la cabeza quiere muy poco,
un roce leve, una vaguedad hórrida,
para extraviarse.

Tal vez fue una punción casual,
un pincho venial,
para que todas las espinas del bosque, todas,
unánimes,
apuntaran hacia ella, la cabra que ya huye
        y grita
y se deja en cada espina.



En: “Cosas del cuerpo”, Peisa, Perú, 2008.
José Watanabe (Laredo, 17 de marzo de 1945 - Lima, 25 de abril de 2007).
Foto: Paul Vallejos. José Watanabe en su casa de Lima, Perú, 2007. 

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